La psicología como engaño: ¿adaptar o subvertir? de Edgar Barrero
En muchos contextos latinoamericanos, la psicología ha mantenido una postura ambigua frente a los grandes problemas sociales que aquejan a sus pueblos. Durante décadas, ha cultivado una imagen de ciencia neutral, alejada de los conflictos políticos, las luchas sociales y las memorias históricas dolorosas. Esta postura, sin embargo, ha servido más para justificar su desconexión que para construir una ciencia comprometida con la dignidad humana. Desde una perspectiva crítica, se hace evidente que gran parte de la psicología académica y profesional ha optado por mirar hacia otro lado frente a las múltiples violencias normalizadas en la región. Lejos de contribuir a la transformación del sufrimiento colectivo, se ha centrado en reproducir modelos importados y en generar conocimiento descontextualizado. Esta actitud no solo ha debilitado su legitimidad, sino que también la ha vuelto funcional a los intereses de estructuras que perpetúan la desigualdad. Afortunadamente, diversas voces en América Latina han comenzado a cuestionar esta ruta. Frente al modelo adaptativo, comienza a consolidarse una propuesta que apuesta por la subversión de los paradigmas tradicionales. Lejos de implicar un rechazo sin fundamentos, esta posición propone desmontar las lógicas de opresión desde dentro, recuperar el valor de lo comunitario, y replantear el rol del saber psicológico como herramienta de emancipación.
El compromiso ético-político con las mayorías excluidas aparece como una tarea impostergable. No basta con reformar los programas académicos o cambiar los enfoques metodológicos. Se requiere una transformación profunda que cuestione la raíz misma de los principios que han guiado la disciplina. Esta reconstrucción implica reconocer la memoria histórica, asumir la responsabilidad frente al sufrimiento causado por la omisión científica, y tomar partido por la justicia social. Además, no se puede ignorar que muchas de las formas de intervención psicológica han sido diseñadas desde lógicas de control, medicalización y deshumanización. Frente a esto, se impone la necesidad de imaginar nuevas prácticas que acompañen los procesos comunitarios, reconozcan la diversidad cultural, y promuevan formas de sanación colectiva que no reduzcan la vida a diagnósticos o protocolos universales. También es importante recalcar que la psicología comprometida debe superar no solo la inercia institucional, sino también sus propias contradicciones internas. No basta con declararse crítica o alternativa si en la práctica se reproducen las mismas jerarquías, los mismos silencios y la misma desconexión con las realidades vividas por los pueblos. Solo cuando la coherencia entre discurso y acción se convierte en principio rector, es posible hablar de una verdadera transformación.
Finalmente entonces se concluye que el futuro de la psicología latinoamericana dependerá de su capacidad para reinventarse desde abajo, desde los márgenes, desde la voz de quienes han sido históricamente ignorados. Apostar por esta vía implica incomodarse, romper con lo establecido y asumir el riesgo de construir un saber al servicio de la vida, no del poder. En esa apuesta, está contenida no solo una crítica al presente, sino también una esperanza activa en que otra psicología y otra sociedad sí pueden existir.
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